Ella llegaba siempre con los
tacones en la mano, y el pelo despeinado del viento de Enero, le daba un toque
salvaje, rebelde. Con las mejillas sonrosadas, los labios carnosos rojos y sus
ojos negros dilatados. Se sentaba en la cama y se desnudaba suavemente, con
cuidado, deslizaba las manos por las medias hasta el final, como en una película
erótico-romántica.
Notaba el fuego en su
garganta, una impaciencia le rondaba la cabeza y su pulso se aceleraba por
momentos. Su cuerpo lo necesitaba, lo pedía a gritos. Y entonces, como noche
tras noche, abría la cajita roja de su estante, y lo amontonaba
encima de la mesa, con cuidado, para que no se escapara ningún sentimiento. Y
como noche tras noche, se inclinaba, y esnifaba amor.
La gente dice que el amor sube
por el estómago, que revolotean mariposas, pero a la pequeña de la dulce
sonrisa le vibraba todo el cuerpo, notaba mil besos en su cuerpo, roces de manos
que no eran las suyas, susurros de voces graves que la decían proposiciones
indecentes como que ‘ la amaban’. Su lacio pelo se revolvía, su boca exprimía
sonrisas, y sus ojos revelaban que estaba metida hasta el culo de
estupefacientes. Se sentía necesitada, querida, protegida.
Pero como noche tras noche,
ese tiempo era efímero. Y con el paso de las lunas ella necesitaba más y más. Y
como noche tras noche, ella abría su pequeña cajita mágica, y con una sonrisa
en la cara entraba el amor por su boca. Estaba enganchada al romanticismo; “Un
último gramo de flores y lo dejo” decía. Pero no podía, porque cada vez era mejor que
la anterior. Un día inhalaba San Valentín, otro colocaba un candado en algún
rincón de Roma, otras se sentaba en medio de Madrid a ver las luces con una
jeringuilla llena de Te quieros puros. Otras bailaba tangos bajo las sábanas
hasta acabar acurrucada junto a promesas y una cama fría o simplemente confundía la lluvia sobre sus labios con el roce de otra boca.
Y ella sin saberlo, exprimía
amor por sus ojos. No se daba cuenta, creía ser una mujer fría, fuerte, pero la
dulzura le asomaba cuando Madrid dormía. Lloraba, lloraba porque quería amor desde
la punta de la lengua de otro, no quería consumir dosis de felicidad ella sola.
Quería un compañero de vida. Quería un tacto real, quería amar por ella misma
porque aunque los demás no lo vieran, ella tenía mucho que ofrecer, solo
necesitaba una oportunidad para hacerlo. La daba igual morir en el intento, que
la rompieran el corazón, valía la pena arriesgarse por ese sentimiento
orgásmico que se siente al besar los labios del que quieres.
Pero pasaban los días y las
noches, y cada vez moría un poco más, cada día metida un poco más de amor. Una
vez que lo prueba no puede parar, hasta que, duele. Cada luna, su corazón se
resquebrajaba, no podía aguantar todo el amor que guardaba y que nadie quería
compartir.
Una noche, su palpitante
corazón dejo de latir, desangrándose entre sentimientos. Murió allí sola, de
sobredosis de amor.
Es el primero que leo, elegido "al azar" (más bien elegido por el título), pero es increíble. Me ha encantado. Si leyeses tus textos antes de publicarlos te darías cuenta de que algunas comas sobran, y algunos "las" debieran ser sustituidos por "les". Jejejeje.
ResponderEliminarAún así, increíble. :___D
Muchísimas gracias de veras, me alegra que mis textos gusten! Y gracias por la crítica, la verdad es que no me había dado cuenta jajajaja, es lo que tenemos los madrileños somos muuuuy laistas!.
EliminarUn beso y espero que te vuelvas a pasar de nuevo.