sábado, 27 de diciembre de 2014

Del alma y cicatrices.

Creo que la muerte no es tal y como la describen. Yo he muerto varias veces en mi vida, y aquí sigo.
Mueres cuando dejas de respirar, cuando sueltas tu último aliento y tus pulmones quiebran.
Mueres cuando tu corazón, ya cansado, deja de bombear.
Mueres cuando te arrolla un coche o cuando te ahogas en el océano.

Pero también mueres cuando esa persona pronuncia por última vez tu nombre.
Se te para el corazón cada vez que recuerdas, una y otra y otra vez, cuando te miró a los ojos y te dijo que ya no te quería.
Mueres al escuchar su canción favorita, aquella que no paraba de tararear cuando estaba feliz.
Te ahogas al pensar que sigues durmiendo sólo en tu cama, sin saber si quiera si volverá.
Tus pulmones quiebran y exhalas tu último aliento cuando te das cuenta que lo que fue, nunca será ni es.

Creo que la muerte es un sentimiento.
Un sentimiento roto.
De vacío.
De ausencia.
Pero al fin y al cabo, una emoción.

Y si la muerte no es el fin, puede que sea el principio; la reencarnación de ti mismo con cicatrices que te recuerdan aquello que te rompió. Incluso, puede ser que, no te estés dando cuenta de que no estás viviendo tu vida, si no matándola, matándote, y sólo ellas te hagan verlo con claridad.

Creo que la muerte no es tal y como la describen. Yo he muerto varías veces en mi vida, y aquí sigo.
Renací cuando un desconocido me regaló una flor por la calle.
Renací cuando lloré tanto de la risa que no podía abrir los ojos.
Renací cuando escuché mi quinto te quiero, de los labios de otro primero.

Tengo un cuerpo lleno de cicatrices.
Un corazón lleno de emociones.
Y un amor vendado de escayola.
Pero aquí sigo.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Esto es para ti

Sé que me lees.
Cuando llueve y hace frío, e intentas averiguar cuál de mis arrugas son por tu culpa; si la del ceño, la de las comisuras o la que se abre poquito a poco en mi costado izquierdo.
Sé que me lees, aunque apenas sepas qué digo
Y eso es lo que más me gusta de ti. Tu limpieza semántica con ese toque de poesía amarga que me gusta desayunar con café. Y sin ropa a poder ser.
Me inspiras, y me cuelo en tus pulmones como olor de lluvia intentando malamente calarte hasta las entrañas.
Sé que me lees y no lees más que un fragmento de pergamino que extraigo de cada roce de tus dedos contra los míos cuando vamos caminando por la calle. Eres como la continuidad de mi paladar al saborear una viruta de cacao; exquisito y placentero. Eres la única razón por la que me encantan cada una de las pequeñas taquicardias que me provocas cuando tu aliento roza mi mejilla. 
Lo he pensado; no quiero otros trenes más que el tuyo, porque no me importa despertar en la misma estación todas las mañanas escuchando decir por megafonía "Ha llegado usted su destino", a ti. No quiero otros sabores de bocas que no sacian ni la mitad de lo que hace la tuya cuando ríes como un niño pequeño. No quiero otro sol que me caliente más que el que se refleja de tu barba con destellos rojos. No quiero otra manta que no sean tus brazos al rodearme. Te has convertido, sin quererlo, en mi nota preferida de todas las melodías que suenan. 
No, no quiero otro que no seas tú.
Podría escribirte la biblia en verso, siempre y cuando fueran tuyos mis primeros revoloteos, que se me escapan entre los dientes al sonreír. Podría, no sé, recitarte mil y una noches pensamientos transcritos a un idioma que sólo se lee con el viento. Podría y podría y podría. Podría decirte mil millones de cosas distintas, que siempre, al fin y al cabo, significarían lo mismo.

Sé que me lees, y esto, es para ti:
Porque tu pequeño Ford Mondeo que tanto incordio me causaba, me parece ahora el mejor escondite para decirte esto.
Porque aunque suene raro. Y estúpido.
Te quiero, justo aquí, donde termina mi respiración y comienza tu latido. Porque creo, ingenuamente, que la mejor sensación es la que sientes cuando alguien te lee el alma con los ojos.
Y tú me lees cada segundo que te miro. 
M.



domingo, 28 de septiembre de 2014

La muerte del amor

París, reina del amor, colchón donde retozan esos amantes impertinentes que desconocen que yacen con su asesino y torre donde se precipitan los recuerdos de aquellos "Je t'aimerai toujour" que sonaban como la brisa del mar en tus oídos.
París.
Espero que tu puedas decirme por qué cuando estoy ebria hablo en francés. Supongo que vendrá de ser una romántica empedernida con olor parisino. O el afán de maullarle a la luna desde un tejado rojo de Montmatre.
Tal vez sea un grito de socorro preguntando a donde van esos amantes que se dejan perder.
El dolor que causa la contaminación de esos pequeños detalles que escondíais entrelazados en las manos. 
Un poco de venganza tal vez.
O estupidez.
O amor, demasiado amor.
Y es que hay tantas formas de matarlo, que todos deberíamos tener antecedentes penales, de los que invaden el alma y la llenan de lágrimas diciéndote que allí fuera ya no te queda nada. Entonces, te recuerdas ahí, en medio de una pared blanca, sujetando un cartel con tu ficha policial y el nombre de quien asesinaste; el nombre del último habitante de tus ventrículos.

Es tan fácil matar, destrozar y herir.
Tán facil odiar lo amado por orgullo, por callar que el hueco de entre tus pulmones aún sueñan con ese olor a sudor e inocencia que expiraba su risa. Resonaba a francés, la lengua romántica por excelencia, con permiso de la de Brigitte Bardot, por supuesto.
Despotricas palabras sin sentido que sesean angustias consternadas debajo de esa capa de tristeza, deseos que te apuñalan cada día cuando te despiertas y lo único que hueles es un quiche de queso, de esos que a ella tanto le gustaban, y que tu, jamás volverás a probar.
Y entonces te das cuenta de que todas esas esculturas de pieles blancas del Louvre son lo más parecido a tu corazón en esos momentos. Arte, pero en última instancia, piedra fría. Y los trazos sin sentido de Monet te hablan diciéndote que si te alejas, verás todo con mayor claridad, aunque a ti lo que más te interese sean los detalles. 
Te preguntarás por qué lo hiciste.
Querrás borrar las evidencias e irás en busca de un café en compañía del algún desconocido con mirada amable, mientras se va quemando tu garganta y ahogando tus pensamientos.
Pero siento decirte, que una vez lo hagas, no serás el mismo. Porque tu víctima, a pesar de la carnicería a tu sensibilidad, te marcó. Como marca el carmín compartido entre los hierros de la Torre Eiffel, como marca el león a su presa y Cupido a los ignorantes.
Como te marco a ti.
Como me marco a mi.
Como te marqué y como me marcaste.
Como las cuatro paredes de la celda que nos separan, como esos te amo en los candados que nunca pusimos y recordamos, como algo tan bonito que aunque se destruya por odio, 
siempre estará en francés.


sábado, 21 de junio de 2014

Con las manos vacías, con el alma perdida y los pies ensuciados.

Beso con necesidad, con hambre, con devoción.
Con miedo y con pérdida.
De la razón, del corazón y del sentido.
Devorarte.
Con finura, arte y por qué no, literatura.
¿Donde pretendes que vaya? Si a tu huida te lo has llevado todo, ladrón de guante blanco.
Te has llevado nuestra historia, aunque últimamente rondaba por los callejones de madrugada mendigando un poco de calor e inocencia y lamiendo amores heridos que surgían de entre las farolas. Tu eres mi autor. Me creaste y firmaste en lo más hondo de mis entrañas donde apostaste por mi que sería tu mayor Best-seller. Y así fue.
Aunque los únicos ojos que querían que me leyesen eran los tuyos, sobre todo si era al dormir, donde nada me asusta, donde nada me importa.
Beso con rabia, con fragilidad, con sed.
De tus susurros, de mis crujidos.
Amarte.
Con las manos vacías, con el alma perdida y los pies ensuciados.
Ensuciados de nuestros pecados, y qué vil mentirosa sería su no te dijera que allí contigo, en el infierno, me sentía en el Edén.
Maldita hereje de tu boca, de tu voz grave y de tus manos toscas que me hacían poesía.
Musa. Amante y náufraga.
Perdida sin ti. Flotando entre los arrecifes, enredándome entre mareas que no me llevan a mi destino. A tu sendero.
Beso con locura, con exigencia, con alevosía.
Como mi oxígeno, como mi tuerca, como mi canción favorita.
Así eres tú para mí. O eras, qué se yo.
Como una bocanada de aire tras sentir como los precipicios oceánicos se atragantan entre mis aullidos. Como un muerdo de cielo tras conocer el fuego más perverso escondido detrás de "Viaje al centro de la Tierra" de Julio Verne.
Como tu boca sobre la mía o como la tinta sobre mis venas que imaginan como aparecen lunares sobre tu cuerpo por cada vez que pronuncio tu nombre en mi vacío.
A ti, quien me hizo olvidar los trenes para acurrucarme solo en tu vagón.
A ti, por quien por locura, el psiquiátrico me parecía un hogar.
A ti, quien infinitas veces maldije por hacerme de nuevo, enamorarme.
Te escribo para decirte, que me encantaron tus risueños ronroneos que se camuflaban por debajo de mis caricias mientras te cantaba nanas cubanas que hablaban sobre diablos y hombres blancos. Te escribo para decirte que echaré de menos mis quejidos cuando notaba un tacto intruso por debajo de mi falda; aunque intruso sea sinónimo de "Bienvenido al paraíso" al son de los ruegos a Dios. Quiero decirte que hasta los lunares que tengo en fila en el cuello dibujan tu inicial cuando te marchas y me dejas aquí tirada, en el cielo de tu sombra oscura; donde me gusta cobijarme y pensar, que en algún tiempo tu cobijo era mi nombre.

sábado, 3 de mayo de 2014

Recetas de realidad y otras estupideces.

Hoy me he levantado con la creencia de que se puede ser feliz sin estar completa.
Creo que hay veces, que simplemente necesitas explotar un poco y dejar que se derramen un par de sueños fracasados, algún que otro ceño fruncido y bastantes "Pero a pesar de todo te quiero" que nunca llegaste a decir.
Por lo menos en alto.
Por lo menos a la persona adecuada.
Y sin embargo ser capaz de ser feliz.
Esto no es un microrrelato sobre dos amantes que se mueren pero se funden juntos en un amor incondicional, así que si quieres fantasía, no continúes leyendo esto.
Si quieres hablar sobre personas reales, sobre sentimientos y dolor, entonces sí, continúa
Hubo una vez, que me rompieron el corazón, de tal forma en que tuve que ir pegando trocitos de cosas que me recordaban al "yo" que solía ser, para poder ser de nuevo yo y no una persona con un hueco en la parte superior izquierda. Pero se me quedó una cicatriz. Una cicatriz que me recordaba que lo único que no podía volver a perder en la vida, era a mí misma
Mi esencia. Mis pasiones. Mi sufrimiento. Mi forma de sacar de quicio a la gente y sobre todo, la capacidad que tengo para enamorar, y enamorarme. 
No todo el mundo va a quererte, ni vas a amar a todos. Y sí, claro que amar y ser correspondido es, dios, sumamente increíble, dejar escapar un poquito de ti para meterlo en un botecito llamado "Corazón" del prójimo. Pero las recetas están demasiado cuadriculadas y son los mejores Chefs quiénes las retocan y hacen suya, le añaden sus ingredientes y calculan las medidas.
Creo que el problema que nos suele suceder es que calculamos mal, y damos de más, quedándonos nosotros, en menos.
Mi receta de hoy se llama realidad.
Consiste en levantarte y mirarte al espejo; verás la persona que jamás de los jamases saldrá de tu vida.
Cuídala.
Amalá.
Hasta que la muerte os separe.
Lucha por lo que quieres ser, lucha por quién quieres y lucha por no perderte por aquellos que no te valoran.
Piensa que tal vez no pueden quererte porque ellos no se quieren.
Nadie es perfecto. Tu tampoco.
Llora, como estoy haciendo yo ahora mismo (intenta no ser tan melodramático , en serio, es horrible porque todavía no me han cogido en ningún drama inglés protagonizado por alguna mujer de acento exquisito), llora y siéntete una mierda, porque luego notarás que toda esa angustia se ha disipado y solo hay paz.
Ríete, porque estas leyendo un escrito de una tía que tiene diecinueve años y no sabe más que tú de la vida y sin embargo continúas leyendo.
Mi último ingrediente es, simplemente, ser feliz.
¿Creéis que la palabra "simplemente" no concuerda demasiado con "felicidad"?
Yo opino que simplemente es un problema de semántica.

Creo que se puede ser feliz sin estar completo. Firmemente. 

Porque tú, y solamente tú, eres la persona que siempre te querrá y sobre todo, conseguirá que seas feliz, a pesar de que odies llorar en público por miedo a que conozcan que en realidad, eres una blanda que escribe sobre amor, verdades y otros desastres. Que te da miedo sentir, por miedo a que te vuelvas a descomponer y te da miedo no dejarte a ti misma sentir, porque querer a alguien es algo precioso. Ah, y que adoras las anáforas y las metáforas y todo lo que te sirva para poder escribir sobre ti sin que se vea de forma directa.

Así que, a pesar de que tenga que perfeccionar mi receta, he podido conseguir el ingrediente mágico que hace que sonría por las mañanas sin más;  quererme a mi, bastante de un poquito de más y querer bastante menos que más, a aquellos que no se merecen que alguien como yo, les aporte algo en la vida.


Diálogos interiores sobre una proyecto de periodista con afán de cocinera.

domingo, 16 de marzo de 2014

Cuentos felices para adultos en apuros. Érase una vez el más bonito ronroneo.

¿Cómo se suponía que empezaban los cuentos?
                 ¡Ah, sí!
Érase una vez una bella niña con un agujero en el pecho.
Tan grande tan grande que tenía que ponerse un tapón para que no se le derramasen los escalofríos. Pero a veces no podía evitar que el tapón saliése disparado y se escapasen ronroneos imperceptibles, que tan sólo aquellas personas que de verdad podían escarbar bajo las capas de humedad que sobresalían por su estructura ósea, podían notar. 
Y era maravillo, ¡Sí que lo era!
Era como, como... no lo sé, como si de repente todo fuese muy oscuro, y te invadiese una sensación de ausencia, como si toda aquella humedad explotase en mil pedacitos y quedases desnudo. Vulnerable. Completamente perdido.
Y justo en ese momento de perdición, de muerte, resucitasen desde lo más hondo de su pecho cientos y cientos de ramificaciones que sin la necesidad de rozarte, te erizasen la piel. Y de repente, no sé, olía a melocotón y a sábanas nuevas y al cabello cuando es acariciado por la mano de un amante, huele a la primera flor que florece en el jardín, al primer beso que te robaron. Huele a lágrimas que surgen de los rascacielos y desbordan hasta la más honda alcantarilla.
Era la más tierna y súbita muerte habida.
La muerte por amor.
Y qué queréis que os diga, yo me desvanecería mil veces más por tan solo una más de sus roturas. Suena cruel ¿verdad? ser feliz a costa de las grietas de otros, pero es que en realidad ella era mi dueña. 
Y yo, plantado bajo las ventanas de su alma, esperando a que abriese sus balcones y me hiciese el amor con sus huesos carcomidos, la amaba. Porque el amor es eso ¿sabéis?

Es deformar la vida de alguien para poder caber dentro, acurrucaditos. Es dejar brotar los rotos para que el otro, con mucho esmero, los enmiende.

No pretendo que lo entendáis, tal vez fue el golpe de su tapón al estallar el que me volvió loco por ella.  Incluso, tal vez, las fábulas que me cuenta cada noche al acostarnos sobre una tal Caperucita con lencería roja que está esperando cruzarse con el lobo feroz. Yo la preguntaba que si no tenía miedo de que el lobo feroz la hiciese daño, y entonces la bella niña respondía que si el lobo la hacía daño, seguro que procuraba que la gustase.
Como comprenderéis ahí fue cuando le cogí el gusto a los cuentos.

Hay momentos en la vida, en donde te surge esa incertidumbre, un sentimiento terrible, cuando toda tu vida cambia y no sabes ni el por qué ni hacia donde. Pues bien, yo me encontraba en ese punto. 
Yo no sólo quería ser anécdota, quería ser toda su historia, una historia con letra de médico para que tan sólo nuestras yemas pudiesen entender.
 Pero de repente llegó la bruja y maldijo a los enamorados a .... Perdón perdón, se me han traspapelado las historias. Continuemos pues.

La bella niña por fin olvidó su rutina de tener que taponarse el pecho y apantanarse en tristeza;  ya tenía unas manos que la ronroneaban nanas con esencia de jazmín y que la recordaban cada noche que habría un "Continuará".

Hay vidas que están basadas en hechos reales. Esta no es una de ellas.
Y eso es lo mejor, porque así pudieron ser felices y comieron perdices.

                      f i n



sábado, 25 de enero de 2014

Catadores de Whisky.

-Joder, como escuece.
Todavía no tenía claro si era el vacío o el whisky que resbalaba por su garganta.
Su madre la llamó Amelia, en honor a las Camelias. 
La camelias florecen en ambientes fríos, son flores delicadas y no poseen olor.

 Era preciosa. Con la piel blanca y los labios rojizos, los ojos rasgados y y el corazón cenizo. Era pura, pura ventisca, puro fuego, de risa grotesca y llena de ego. En sus poros podías ver cada raíz enredada con sus pensamientos, y su mirada... su mirada era Pacífica y profunda, capaz de inundar mares y océanos con una de sus lágrimas. 

-Borrar borrar borrar.... ¿De verdad he escrito "cada raíz enredada con sus pensamientos"? Díos mío...

Amelia era escritora y trabajaba en su última novela autobiográfica. 

Se desabrochó la blusa y le dio otro trago al Bourbon. El Bourbon. El mejor amigo de una mujer. De ella¡Diablos, para qué un hombre teniéndole a él! se repetía sin cesar.
Pero a quién iba a engañar, estaba deseando amar, amar con locura, con rabia, con besos tiernos y arañazos en entrepiernas. 
Sólo quería amar una vez - Tan sólo una-  y marchitarse, rezaba hundiéndose en la bañera mientras se impregnaba su piel de ácido y alcohol. Ella lo achacaba a su ausencia de olor.
 Sin embargo, una vez amó, tan fuerte que se deshizo. Era tan doloroso...  él se mecía en sus pulmones intentando buscar hacerla suyo como ningún otro, se propuso ser uno y respirar el mismo aire, y aunque ella no podía respirar, sentirle dentro le hacía feliz.
Como extrañaba ese dolor. Que dolor más dulce.
Amelia se enamoró tan fuerte que intentando buscar hacerle suya como ninguna otra, se propuso ser uno e inundarle en el amor tan puro que le profesaba, tan puro tan puro que el corazón de él se ahogó porque no puedo soportar sus 62 grados.
 Y le perdió.
 Se fue.
Le dijo que volvería cuando pasasen siete años. 
Se propuso esperarle trescientas setenta y ocho semanas. Amelia solo pensaba en sus baños en whisky, notando su pecho en su espalda y sus brazos rodeandole la cintura. Amelia solo pensaba en la textura de esos besos amargos y en olor que impregnaba la habitación cuando él estaba presente.
Él era su olor.
Pero en lo más profundo de nuestro ser, no pensamos; sentimos.
Y Amelia se hundía en la bañera y abría los pulmones dejando de respirar para que con un poco de suerte pudiese notarle en ellos, y sentir el dolor. Su dolor. El del amor. El de ellos.
 Pasó doscientas setenta semanas, cinco años, madurando para él. 
 Hasta que un día inundó con su lágrimas la habitación y la impregnó de olor. No pudo soportar pasar  ciento ocho semanas más con la ausencia de su amante.
Le amo como nadie pudo amarlo jamás, y así por fin le hizo suyo para siempre.

                    (Ciento ocho semanas después)

Y Jack se quedó ahí, sentado en el apartamento de Amelia con una mano en la copa de Bourbon y la otra limpiándose las lágrimas, esperando a que volviera, sin saber que ella resbalaba en su interior y le doraba las mejillas. Nunca le abandonaría. 
Ella era su perfume y ahora sería su esencia.

NOTA: El Bourbon tarda en madurar cinco años. El Jack Daniels siete.