viernes, 18 de octubre de 2013

Los dedos del saxofonista. Primera parte.

Ella era una mujer de invierno, no conocía otra época del año. Su helado corazón bombeaba vacío hasta cada una de sus ramificaciones y el rubor de sus mejillas no era más que colorete rosado que se aplicaba para parecerse a las Barbies que caminaban por la calle.
 Aunque a ella le gustase la palidez de sus mejillas. Aunque ella soñase cada noche con alguien que pudiese tocarla sin congelarse y huir.
Aquel día, Olivia tenía más frío de lo normal, resbalan copos de nieve por sus mejillas y sus venas tornaban azules. Ella se consolaba pensando que era de la realeza, alguien especial, lo que no se esperaba es que algún día lo sería para alguien. Estaba sentada en el alféizar de su ventana, notando como el calor luchaba por entrar en su cuerpo, evaporándose la nieve y cómo sus alas esperaban poder abrirse. De repente, comenzó a oír una melodía preciosa de jazz, parecía venir del piso de arriba, el nuevo vecino.
Esa noche no podía dormir, como todas las noches, pero esta vez fue por aquellas notas... le recordaban a algo...algo que conocía y que no lograba recordar... Así que cómo buena impaciente subió corriendo hasta el 4B y aporreó la puerta.
A los dos minutos abrió la puerta un hombre en pijama, robusto con rasgos suaves. Se quedó mirando atónito a aquella "personaja" vestida con unos calcetines de lana, una camiseta que le enmarcaban sus costillas y su pelo moreno alborotado sobre aquellos labios tan seductores.
-¿Mmm... si? 
- Disculpe ¿qué melodía tocaba ayer con su saxofón?
-Pues.. Creo que se refiere usted a... ¿perdone pero no podía haber venido a otra hora que no fuese las 4 de la mañana? - dijo confuso el nuevo inquilino-
- Sí, pero dígame cuál era.- contestó con su característica mezcla de naturalidad,inocencia y picardía.
-Era "Penélope" de..
-Muchas gracias, ¡Me llamo Olivia por cierto! Bienvenido.
-Yo me llamo Javier...y ...y bueno soy saxofonista. ¿Quiere usted verlo?
Y claro, cómo no iba a quererlo la curiosa Olivia. Cómo dicen, la curiosidad mató al gato, pero murió sabiendo. Así era ella.
Se pasaron la noche sin hablar, simplemente mirándose mutuamente y tocando el saxofón, se conocieron hasta tal punto, que no hacía falta mentirse.
Ella se dio cuenta del leve tembleque que le azotaba cuando tocaba el saxofón,  cómo se humedecían los labios de aquel extraño al soplar la boquilla y lo profundos que eran sus ojos negros. ¿Decir que la ponía caliente suena un poco contradictorio, no? A pesar de que esa era la sensación que la llenaba cuándo estaba con él; una mezcla de miel y trigo... y de sol... y de...de..felicidad, que le encantaba y la hacía sentirse fuera de lugar.

Él se dio cuenta de lo fría que estaba cuando se rozaron sus manos unos segundos, lo largas que eran sus piernas y el leve tembleque de ella cuando él se acercaba. ¿Decir que con ella se sentía a salvo suena demasiado precipitado, no? A pesar de que con ella notaba su corazón precipitar al vacío, a su vacío, al de su tez blanca y sus labios rojos que pedían gemir ruiseñores.

Después de aquella madrugada, Olivia no dejo pensar en él. Ni él en ella.

Todo el mundo tiene una debilidad por la que traicionaría todos los principios que podría haber llegado a tener.

La de él era aquella maravilla desafinada con insomnio.
La de ella eran aquellos dedos temblorosos de saxofonista.
continuará...