sábado, 3 de octubre de 2015

En carne viva


Me duelen.
Cada cuchillada que se clava en mi costado sin esperarlo. Como cornada en plaza de toros, como mordisco en tierra salvaje.
Sin esperarlas. Sin esperaros.
Porque ya no hay hueco, ya no queda carne limpia.
Me abraso y caigo, para renacer, una y otra vez, pero las huellas siguen ahí, bajo la nueva capa de piel.

Día a día me vuelvo como una serpiente, reptando entre las calles, buscando sobrevivir, mudando de piel, en un intento fallido de arrancarme el corazón que poco a poco late más despacio.
Vuestro veneno  me hace más fuerte y a la vez tan frágil ¿no comprendéis que soy sólo carne?
Carne herida.
Y cada invierno que pasa me aletarga más, me hunde a la superficie intentando conseguir un poco de aire frío que me haga sentir que alguien merece la pena.
Carne curtida
Cada día más fuerte, cada día más fría.

Miserable existencia vuestra que dañáis a los demás porque estáis dañados por dentro. Y es que mis puñaladas me reverberen por dentro, pero las vuestras os matan. Cual trampa de ratón, cual carne de cañón, cual materia insensible.

Me duelen. Vuestras palabras nunca dichas, y las dichas y fugitivas. Me duelen vuestras caricias que escondían punzantes obeliscos por dentro de vuestra epidermis.
Me duelo a mí misma. Por querer quereros.
Por querer quererte.
Por querer cuidaros.
Carne, al fin y al cabo, una y otra vez.

Y los mares que naufragan por mis mejillas se vuelven tormenta cada vez que piso tierra firme, en busca de un faro que me indique donde puedo flotar. La sal me atrapa, me quema, me ama. Me cura. Empiezo a brotar, a resurgir, a vibrar.
Sin dejar de lado las bordas que me adornan por cada paso que he dado hacia mi camino, pues ellas me enseñan por donde no debo ir de nuevo.

En carne viva.


Viva estoy. Ave fénix.

viernes, 4 de septiembre de 2015

La armonía de los polos opuestos

Hacía mucho tiempo que no escribía, que no te escribía.
Supongo que es el sino de los poetas, el escribir sólo y cuando tienen algo que decir.
Y qué silencio más vacío.
Y qué impertinencia por mi parte el compararme con un artista, cuando yo siempre he sido musa de nadie.
Es incomprensible en la manera en la que necesito expresarte lo que siento porque me desbordo, cuando en realidad, te escribo porque tengo una nada en mí.
Y lo peor de todo es que me asusta, me asusta amarte y rechazarte al mismo tiempo, me asusta no saber quien eres y sin embargo verme reflejada en ti.

El sino de los escritores es escribir cuando están tristes, y cuando anhelan aquello que no tienen...¿ y si yo no soy escritora, si poetisa ni musa, cuál es mi sino? ¿qué debo hacer? ¿que debo anhelar?

Supongo que el mío es refugiarme allí donde todo comienza, donde no me traiciona el pensamiento, en la continuidad de mi lengua, que por raro que parezca, no eres tú, si no el papel.

Cuando uno no respeta los mandamientos, ni lee el Corán, ni siquiera la constitución, debe marcarse unos patrones, eso que la gente llama principios y que se los pasan por el forro del periódico de cada mañana. Los míos no son bonitos, y mucho menos éticos, pero son míos propios, son mi obra de arte porque me definen. En ellos no hay un "no desearás el bien ajeno" ni "huirás de la lujuria", pero si hay algo que todo ser humano debe hacer, amar.
Ni más, ni menos.

Parece fácil, pero no lo es en absoluto.
Porque la suspensión del hilo que tensaba tus pulmones ahora ya no solo depende de ti, pende del riego sanguíneo de otro ser humano, quien, por consecuencias que jamás conseguiremos entender, puede romperse con un sólo golpe de viento. Y entonces estás ahí, en medio de algo que ni tu sabías que existía, que ni loco pensarías estar alguna vez, y a pesar de todo, ahora,  estás.

Justo en ese punto estoy yo. Para que lo entiendas.

En el medio de la cuerda que lo cruza todo. Donde nadie más puede rescatarme y por la que crucé sin sentido y sin razón, sólo siguiendo mi principio, que ahora eres tú. Sin saber donde estoy, ni donde caeré, ni siquiera si lo estoy haciendo bien o peor.

Y en el medio de la cuerda, anhelo tu aliento que huele a Bukowski y retumba a cinismo, y recuerdo la suavidad de tus labios cuando no dicen nada y yo entiendo todo. Y tus brazos... oh tus brazos... los dos fuertes robles que calientan mi invierno y dejan esos anillos por cada segundo que pasa en mi alma. Porque cuando me pierdo, tu me das el norte en susurros y el amor en pedazos.
Porque es ahora, aquí, justo donde puedo morir y caer, donde puede destensarse la cuerda y huir, ahogarme..
porque yo no soy nadie, no soy nada, más que una trapecista que busca en el polo opuesto de mi corazón, el fin, la caída libre, el primer mandamiento, la pura armonía - a ti.

miércoles, 10 de junio de 2015

Así que no pares.

Creo que esa es la mejor parte de ti.
La que me ocultas,
esa dulzura que tanto te cuesta mostrar al resto es lo que te hace especial.
Porque al fin y al cabo te tienes miedo a ti mismo, y a los demás, y que toquen aquello que te hace vulnerable;
el corazón,
las caricias,
los besos que me acabas de dar sobre la espalda.
Me has cuidado.
Es la primera vez que me cuidas,
que me mimas.
Es la primera vez que no me dices que te la pongo dura,
sino que te he ablandado el corazón.
te he ablandado por dentro.
Y eso no lo hace cualquiera, es mucho más difícil.
Creo que te pesa más el músculo que tienes entre las costillas que el que vas enseñando con tus camisetas apretadas.
Por eso lo tienes enjaulado, para que nadie lo toque, para que nadie lo lastime de nuevo. Pero deberías, de vez en cuando, airearlo más, como ahora conmigo, para que veas que hay gente que quiere su libertad, que quiere que le cuides.
Yo quiero que me cuides.
Por eso me gustas mucho más que me asqueas,
porque eres como yo.
Lo primero que sueltas por la boca solo sirve para depurarte por dentro,
tu ultimo suspiro antes de dormir es lo que realmente te define,
es el amor, es el cariño, es el sexo sucio pero con el alma limpia.
Así que no pares de suspirarme, porque quiero conocerte por dentro más de lo que ya te he conocido por fuera.

domingo, 4 de enero de 2015

Sobre poetas y éxtasis.

La felicidad llega, pero en pequeñas cantidades, a sorbitos para que puedas digerirla mejor y se inserte en tu metabolismo.
Podría ser aquel olor a pan caliente que te envuelve al pasar por una panadería, la suavidad del choque de una mano en el metro mientras piensas cómo sabrían sus caricias en tu almohada, la tranquilidad que te invade después de volver de la batalla.
Incluso, la nota que suena del viento al vibrar y que te recuerda escalofríos.
En fin, no lo sé a ciencia cierta, literalmente, porque yo siempre he sido más de poesías y recovecos. De poetas y corazones secos.
Por eso siempre he creído que la felicidad más bonita es la de los poetas.
Veréis, los poetas anhelan aquello que no tienen, lo extraordinario, fuera de su alcance por centímetros y que somnolientos escriben sobre él. Pero, si lo alcanzan, oh Dios, escribirán Odas hacia su musa, alejandrinos imposibles sobre labios con sabor a victoria y recorrerán el mundo en busca de aquella sensación que les saque lo mejor que guardan en la punta de su lengua.
Todo ello para que la inspiración no se vaya del lado opuesto de su cama.
La amarán hasta morirse.
La amarán hasta escribir, no con los dedos, si no con el alma. Y en el punto más álgido, como si se tratase del Monte Eliseo, conocerán el éxtasis.
La pura armonía.
La felicidad.