Me duelen.
Cada cuchillada que se clava en mi costado sin esperarlo.
Como cornada en plaza de toros, como mordisco en tierra salvaje.
Sin esperarlas. Sin esperaros.
Porque ya no hay hueco, ya no queda carne limpia.
Me abraso y caigo, para renacer, una y otra vez, pero las
huellas siguen ahí, bajo la nueva capa de piel.
Día a día me vuelvo como una serpiente, reptando entre las
calles, buscando sobrevivir, mudando de piel, en un intento fallido de
arrancarme el corazón que poco a poco late más despacio.
Vuestro veneno me
hace más fuerte y a la vez tan frágil ¿no comprendéis que soy sólo carne?
Carne herida.
Y cada invierno que pasa me aletarga más, me hunde a la
superficie intentando conseguir un poco de aire frío que me haga sentir que
alguien merece la pena.
Carne curtida
Cada día más fuerte, cada día más fría.
Miserable existencia vuestra que dañáis a los demás porque estáis
dañados por dentro. Y es que mis puñaladas me reverberen por dentro, pero las
vuestras os matan. Cual trampa de ratón, cual carne de cañón, cual materia
insensible.
Me duelen. Vuestras palabras nunca dichas, y las dichas y
fugitivas. Me duelen vuestras caricias que escondían punzantes obeliscos por
dentro de vuestra epidermis.
Me duelo a mí misma. Por querer quereros.
Por querer quererte.
Por querer cuidaros.
Carne, al fin y al cabo, una y otra vez.
Y los mares que naufragan por mis mejillas se vuelven
tormenta cada vez que piso tierra firme, en busca de un faro que me indique
donde puedo flotar. La sal me atrapa, me quema, me ama. Me cura. Empiezo a
brotar, a resurgir, a vibrar.
Sin dejar de lado las bordas que me adornan por cada paso
que he dado hacia mi camino, pues ellas me enseñan por donde no debo ir de
nuevo.
En carne viva.
Viva estoy. Ave fénix.