domingo, 16 de marzo de 2014

Cuentos felices para adultos en apuros. Érase una vez el más bonito ronroneo.

¿Cómo se suponía que empezaban los cuentos?
                 ¡Ah, sí!
Érase una vez una bella niña con un agujero en el pecho.
Tan grande tan grande que tenía que ponerse un tapón para que no se le derramasen los escalofríos. Pero a veces no podía evitar que el tapón saliése disparado y se escapasen ronroneos imperceptibles, que tan sólo aquellas personas que de verdad podían escarbar bajo las capas de humedad que sobresalían por su estructura ósea, podían notar. 
Y era maravillo, ¡Sí que lo era!
Era como, como... no lo sé, como si de repente todo fuese muy oscuro, y te invadiese una sensación de ausencia, como si toda aquella humedad explotase en mil pedacitos y quedases desnudo. Vulnerable. Completamente perdido.
Y justo en ese momento de perdición, de muerte, resucitasen desde lo más hondo de su pecho cientos y cientos de ramificaciones que sin la necesidad de rozarte, te erizasen la piel. Y de repente, no sé, olía a melocotón y a sábanas nuevas y al cabello cuando es acariciado por la mano de un amante, huele a la primera flor que florece en el jardín, al primer beso que te robaron. Huele a lágrimas que surgen de los rascacielos y desbordan hasta la más honda alcantarilla.
Era la más tierna y súbita muerte habida.
La muerte por amor.
Y qué queréis que os diga, yo me desvanecería mil veces más por tan solo una más de sus roturas. Suena cruel ¿verdad? ser feliz a costa de las grietas de otros, pero es que en realidad ella era mi dueña. 
Y yo, plantado bajo las ventanas de su alma, esperando a que abriese sus balcones y me hiciese el amor con sus huesos carcomidos, la amaba. Porque el amor es eso ¿sabéis?

Es deformar la vida de alguien para poder caber dentro, acurrucaditos. Es dejar brotar los rotos para que el otro, con mucho esmero, los enmiende.

No pretendo que lo entendáis, tal vez fue el golpe de su tapón al estallar el que me volvió loco por ella.  Incluso, tal vez, las fábulas que me cuenta cada noche al acostarnos sobre una tal Caperucita con lencería roja que está esperando cruzarse con el lobo feroz. Yo la preguntaba que si no tenía miedo de que el lobo feroz la hiciese daño, y entonces la bella niña respondía que si el lobo la hacía daño, seguro que procuraba que la gustase.
Como comprenderéis ahí fue cuando le cogí el gusto a los cuentos.

Hay momentos en la vida, en donde te surge esa incertidumbre, un sentimiento terrible, cuando toda tu vida cambia y no sabes ni el por qué ni hacia donde. Pues bien, yo me encontraba en ese punto. 
Yo no sólo quería ser anécdota, quería ser toda su historia, una historia con letra de médico para que tan sólo nuestras yemas pudiesen entender.
 Pero de repente llegó la bruja y maldijo a los enamorados a .... Perdón perdón, se me han traspapelado las historias. Continuemos pues.

La bella niña por fin olvidó su rutina de tener que taponarse el pecho y apantanarse en tristeza;  ya tenía unas manos que la ronroneaban nanas con esencia de jazmín y que la recordaban cada noche que habría un "Continuará".

Hay vidas que están basadas en hechos reales. Esta no es una de ellas.
Y eso es lo mejor, porque así pudieron ser felices y comieron perdices.

                      f i n



3 comentarios:

  1. Pequeña Dirtyglam_, aun sigues cometiendo las mismas faltas de ortografía, que no por ser laista dejan de ser faltas ortográficas.
    Tu corrector nunca se fue, solo tomó un descanso.

    ResponderEliminar