domingo, 28 de septiembre de 2014

La muerte del amor

París, reina del amor, colchón donde retozan esos amantes impertinentes que desconocen que yacen con su asesino y torre donde se precipitan los recuerdos de aquellos "Je t'aimerai toujour" que sonaban como la brisa del mar en tus oídos.
París.
Espero que tu puedas decirme por qué cuando estoy ebria hablo en francés. Supongo que vendrá de ser una romántica empedernida con olor parisino. O el afán de maullarle a la luna desde un tejado rojo de Montmatre.
Tal vez sea un grito de socorro preguntando a donde van esos amantes que se dejan perder.
El dolor que causa la contaminación de esos pequeños detalles que escondíais entrelazados en las manos. 
Un poco de venganza tal vez.
O estupidez.
O amor, demasiado amor.
Y es que hay tantas formas de matarlo, que todos deberíamos tener antecedentes penales, de los que invaden el alma y la llenan de lágrimas diciéndote que allí fuera ya no te queda nada. Entonces, te recuerdas ahí, en medio de una pared blanca, sujetando un cartel con tu ficha policial y el nombre de quien asesinaste; el nombre del último habitante de tus ventrículos.

Es tan fácil matar, destrozar y herir.
Tán facil odiar lo amado por orgullo, por callar que el hueco de entre tus pulmones aún sueñan con ese olor a sudor e inocencia que expiraba su risa. Resonaba a francés, la lengua romántica por excelencia, con permiso de la de Brigitte Bardot, por supuesto.
Despotricas palabras sin sentido que sesean angustias consternadas debajo de esa capa de tristeza, deseos que te apuñalan cada día cuando te despiertas y lo único que hueles es un quiche de queso, de esos que a ella tanto le gustaban, y que tu, jamás volverás a probar.
Y entonces te das cuenta de que todas esas esculturas de pieles blancas del Louvre son lo más parecido a tu corazón en esos momentos. Arte, pero en última instancia, piedra fría. Y los trazos sin sentido de Monet te hablan diciéndote que si te alejas, verás todo con mayor claridad, aunque a ti lo que más te interese sean los detalles. 
Te preguntarás por qué lo hiciste.
Querrás borrar las evidencias e irás en busca de un café en compañía del algún desconocido con mirada amable, mientras se va quemando tu garganta y ahogando tus pensamientos.
Pero siento decirte, que una vez lo hagas, no serás el mismo. Porque tu víctima, a pesar de la carnicería a tu sensibilidad, te marcó. Como marca el carmín compartido entre los hierros de la Torre Eiffel, como marca el león a su presa y Cupido a los ignorantes.
Como te marco a ti.
Como me marco a mi.
Como te marqué y como me marcaste.
Como las cuatro paredes de la celda que nos separan, como esos te amo en los candados que nunca pusimos y recordamos, como algo tan bonito que aunque se destruya por odio, 
siempre estará en francés.


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