sábado, 25 de enero de 2014

Catadores de Whisky.

-Joder, como escuece.
Todavía no tenía claro si era el vacío o el whisky que resbalaba por su garganta.
Su madre la llamó Amelia, en honor a las Camelias. 
La camelias florecen en ambientes fríos, son flores delicadas y no poseen olor.

 Era preciosa. Con la piel blanca y los labios rojizos, los ojos rasgados y y el corazón cenizo. Era pura, pura ventisca, puro fuego, de risa grotesca y llena de ego. En sus poros podías ver cada raíz enredada con sus pensamientos, y su mirada... su mirada era Pacífica y profunda, capaz de inundar mares y océanos con una de sus lágrimas. 

-Borrar borrar borrar.... ¿De verdad he escrito "cada raíz enredada con sus pensamientos"? Díos mío...

Amelia era escritora y trabajaba en su última novela autobiográfica. 

Se desabrochó la blusa y le dio otro trago al Bourbon. El Bourbon. El mejor amigo de una mujer. De ella¡Diablos, para qué un hombre teniéndole a él! se repetía sin cesar.
Pero a quién iba a engañar, estaba deseando amar, amar con locura, con rabia, con besos tiernos y arañazos en entrepiernas. 
Sólo quería amar una vez - Tan sólo una-  y marchitarse, rezaba hundiéndose en la bañera mientras se impregnaba su piel de ácido y alcohol. Ella lo achacaba a su ausencia de olor.
 Sin embargo, una vez amó, tan fuerte que se deshizo. Era tan doloroso...  él se mecía en sus pulmones intentando buscar hacerla suyo como ningún otro, se propuso ser uno y respirar el mismo aire, y aunque ella no podía respirar, sentirle dentro le hacía feliz.
Como extrañaba ese dolor. Que dolor más dulce.
Amelia se enamoró tan fuerte que intentando buscar hacerle suya como ninguna otra, se propuso ser uno e inundarle en el amor tan puro que le profesaba, tan puro tan puro que el corazón de él se ahogó porque no puedo soportar sus 62 grados.
 Y le perdió.
 Se fue.
Le dijo que volvería cuando pasasen siete años. 
Se propuso esperarle trescientas setenta y ocho semanas. Amelia solo pensaba en sus baños en whisky, notando su pecho en su espalda y sus brazos rodeandole la cintura. Amelia solo pensaba en la textura de esos besos amargos y en olor que impregnaba la habitación cuando él estaba presente.
Él era su olor.
Pero en lo más profundo de nuestro ser, no pensamos; sentimos.
Y Amelia se hundía en la bañera y abría los pulmones dejando de respirar para que con un poco de suerte pudiese notarle en ellos, y sentir el dolor. Su dolor. El del amor. El de ellos.
 Pasó doscientas setenta semanas, cinco años, madurando para él. 
 Hasta que un día inundó con su lágrimas la habitación y la impregnó de olor. No pudo soportar pasar  ciento ocho semanas más con la ausencia de su amante.
Le amo como nadie pudo amarlo jamás, y así por fin le hizo suyo para siempre.

                    (Ciento ocho semanas después)

Y Jack se quedó ahí, sentado en el apartamento de Amelia con una mano en la copa de Bourbon y la otra limpiándose las lágrimas, esperando a que volviera, sin saber que ella resbalaba en su interior y le doraba las mejillas. Nunca le abandonaría. 
Ella era su perfume y ahora sería su esencia.

NOTA: El Bourbon tarda en madurar cinco años. El Jack Daniels siete.

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