sábado, 3 de mayo de 2014

Recetas de realidad y otras estupideces.

Hoy me he levantado con la creencia de que se puede ser feliz sin estar completa.
Creo que hay veces, que simplemente necesitas explotar un poco y dejar que se derramen un par de sueños fracasados, algún que otro ceño fruncido y bastantes "Pero a pesar de todo te quiero" que nunca llegaste a decir.
Por lo menos en alto.
Por lo menos a la persona adecuada.
Y sin embargo ser capaz de ser feliz.
Esto no es un microrrelato sobre dos amantes que se mueren pero se funden juntos en un amor incondicional, así que si quieres fantasía, no continúes leyendo esto.
Si quieres hablar sobre personas reales, sobre sentimientos y dolor, entonces sí, continúa
Hubo una vez, que me rompieron el corazón, de tal forma en que tuve que ir pegando trocitos de cosas que me recordaban al "yo" que solía ser, para poder ser de nuevo yo y no una persona con un hueco en la parte superior izquierda. Pero se me quedó una cicatriz. Una cicatriz que me recordaba que lo único que no podía volver a perder en la vida, era a mí misma
Mi esencia. Mis pasiones. Mi sufrimiento. Mi forma de sacar de quicio a la gente y sobre todo, la capacidad que tengo para enamorar, y enamorarme. 
No todo el mundo va a quererte, ni vas a amar a todos. Y sí, claro que amar y ser correspondido es, dios, sumamente increíble, dejar escapar un poquito de ti para meterlo en un botecito llamado "Corazón" del prójimo. Pero las recetas están demasiado cuadriculadas y son los mejores Chefs quiénes las retocan y hacen suya, le añaden sus ingredientes y calculan las medidas.
Creo que el problema que nos suele suceder es que calculamos mal, y damos de más, quedándonos nosotros, en menos.
Mi receta de hoy se llama realidad.
Consiste en levantarte y mirarte al espejo; verás la persona que jamás de los jamases saldrá de tu vida.
Cuídala.
Amalá.
Hasta que la muerte os separe.
Lucha por lo que quieres ser, lucha por quién quieres y lucha por no perderte por aquellos que no te valoran.
Piensa que tal vez no pueden quererte porque ellos no se quieren.
Nadie es perfecto. Tu tampoco.
Llora, como estoy haciendo yo ahora mismo (intenta no ser tan melodramático , en serio, es horrible porque todavía no me han cogido en ningún drama inglés protagonizado por alguna mujer de acento exquisito), llora y siéntete una mierda, porque luego notarás que toda esa angustia se ha disipado y solo hay paz.
Ríete, porque estas leyendo un escrito de una tía que tiene diecinueve años y no sabe más que tú de la vida y sin embargo continúas leyendo.
Mi último ingrediente es, simplemente, ser feliz.
¿Creéis que la palabra "simplemente" no concuerda demasiado con "felicidad"?
Yo opino que simplemente es un problema de semántica.

Creo que se puede ser feliz sin estar completo. Firmemente. 

Porque tú, y solamente tú, eres la persona que siempre te querrá y sobre todo, conseguirá que seas feliz, a pesar de que odies llorar en público por miedo a que conozcan que en realidad, eres una blanda que escribe sobre amor, verdades y otros desastres. Que te da miedo sentir, por miedo a que te vuelvas a descomponer y te da miedo no dejarte a ti misma sentir, porque querer a alguien es algo precioso. Ah, y que adoras las anáforas y las metáforas y todo lo que te sirva para poder escribir sobre ti sin que se vea de forma directa.

Así que, a pesar de que tenga que perfeccionar mi receta, he podido conseguir el ingrediente mágico que hace que sonría por las mañanas sin más;  quererme a mi, bastante de un poquito de más y querer bastante menos que más, a aquellos que no se merecen que alguien como yo, les aporte algo en la vida.


Diálogos interiores sobre una proyecto de periodista con afán de cocinera.

domingo, 16 de marzo de 2014

Cuentos felices para adultos en apuros. Érase una vez el más bonito ronroneo.

¿Cómo se suponía que empezaban los cuentos?
                 ¡Ah, sí!
Érase una vez una bella niña con un agujero en el pecho.
Tan grande tan grande que tenía que ponerse un tapón para que no se le derramasen los escalofríos. Pero a veces no podía evitar que el tapón saliése disparado y se escapasen ronroneos imperceptibles, que tan sólo aquellas personas que de verdad podían escarbar bajo las capas de humedad que sobresalían por su estructura ósea, podían notar. 
Y era maravillo, ¡Sí que lo era!
Era como, como... no lo sé, como si de repente todo fuese muy oscuro, y te invadiese una sensación de ausencia, como si toda aquella humedad explotase en mil pedacitos y quedases desnudo. Vulnerable. Completamente perdido.
Y justo en ese momento de perdición, de muerte, resucitasen desde lo más hondo de su pecho cientos y cientos de ramificaciones que sin la necesidad de rozarte, te erizasen la piel. Y de repente, no sé, olía a melocotón y a sábanas nuevas y al cabello cuando es acariciado por la mano de un amante, huele a la primera flor que florece en el jardín, al primer beso que te robaron. Huele a lágrimas que surgen de los rascacielos y desbordan hasta la más honda alcantarilla.
Era la más tierna y súbita muerte habida.
La muerte por amor.
Y qué queréis que os diga, yo me desvanecería mil veces más por tan solo una más de sus roturas. Suena cruel ¿verdad? ser feliz a costa de las grietas de otros, pero es que en realidad ella era mi dueña. 
Y yo, plantado bajo las ventanas de su alma, esperando a que abriese sus balcones y me hiciese el amor con sus huesos carcomidos, la amaba. Porque el amor es eso ¿sabéis?

Es deformar la vida de alguien para poder caber dentro, acurrucaditos. Es dejar brotar los rotos para que el otro, con mucho esmero, los enmiende.

No pretendo que lo entendáis, tal vez fue el golpe de su tapón al estallar el que me volvió loco por ella.  Incluso, tal vez, las fábulas que me cuenta cada noche al acostarnos sobre una tal Caperucita con lencería roja que está esperando cruzarse con el lobo feroz. Yo la preguntaba que si no tenía miedo de que el lobo feroz la hiciese daño, y entonces la bella niña respondía que si el lobo la hacía daño, seguro que procuraba que la gustase.
Como comprenderéis ahí fue cuando le cogí el gusto a los cuentos.

Hay momentos en la vida, en donde te surge esa incertidumbre, un sentimiento terrible, cuando toda tu vida cambia y no sabes ni el por qué ni hacia donde. Pues bien, yo me encontraba en ese punto. 
Yo no sólo quería ser anécdota, quería ser toda su historia, una historia con letra de médico para que tan sólo nuestras yemas pudiesen entender.
 Pero de repente llegó la bruja y maldijo a los enamorados a .... Perdón perdón, se me han traspapelado las historias. Continuemos pues.

La bella niña por fin olvidó su rutina de tener que taponarse el pecho y apantanarse en tristeza;  ya tenía unas manos que la ronroneaban nanas con esencia de jazmín y que la recordaban cada noche que habría un "Continuará".

Hay vidas que están basadas en hechos reales. Esta no es una de ellas.
Y eso es lo mejor, porque así pudieron ser felices y comieron perdices.

                      f i n



sábado, 25 de enero de 2014

Catadores de Whisky.

-Joder, como escuece.
Todavía no tenía claro si era el vacío o el whisky que resbalaba por su garganta.
Su madre la llamó Amelia, en honor a las Camelias. 
La camelias florecen en ambientes fríos, son flores delicadas y no poseen olor.

 Era preciosa. Con la piel blanca y los labios rojizos, los ojos rasgados y y el corazón cenizo. Era pura, pura ventisca, puro fuego, de risa grotesca y llena de ego. En sus poros podías ver cada raíz enredada con sus pensamientos, y su mirada... su mirada era Pacífica y profunda, capaz de inundar mares y océanos con una de sus lágrimas. 

-Borrar borrar borrar.... ¿De verdad he escrito "cada raíz enredada con sus pensamientos"? Díos mío...

Amelia era escritora y trabajaba en su última novela autobiográfica. 

Se desabrochó la blusa y le dio otro trago al Bourbon. El Bourbon. El mejor amigo de una mujer. De ella¡Diablos, para qué un hombre teniéndole a él! se repetía sin cesar.
Pero a quién iba a engañar, estaba deseando amar, amar con locura, con rabia, con besos tiernos y arañazos en entrepiernas. 
Sólo quería amar una vez - Tan sólo una-  y marchitarse, rezaba hundiéndose en la bañera mientras se impregnaba su piel de ácido y alcohol. Ella lo achacaba a su ausencia de olor.
 Sin embargo, una vez amó, tan fuerte que se deshizo. Era tan doloroso...  él se mecía en sus pulmones intentando buscar hacerla suyo como ningún otro, se propuso ser uno y respirar el mismo aire, y aunque ella no podía respirar, sentirle dentro le hacía feliz.
Como extrañaba ese dolor. Que dolor más dulce.
Amelia se enamoró tan fuerte que intentando buscar hacerle suya como ninguna otra, se propuso ser uno e inundarle en el amor tan puro que le profesaba, tan puro tan puro que el corazón de él se ahogó porque no puedo soportar sus 62 grados.
 Y le perdió.
 Se fue.
Le dijo que volvería cuando pasasen siete años. 
Se propuso esperarle trescientas setenta y ocho semanas. Amelia solo pensaba en sus baños en whisky, notando su pecho en su espalda y sus brazos rodeandole la cintura. Amelia solo pensaba en la textura de esos besos amargos y en olor que impregnaba la habitación cuando él estaba presente.
Él era su olor.
Pero en lo más profundo de nuestro ser, no pensamos; sentimos.
Y Amelia se hundía en la bañera y abría los pulmones dejando de respirar para que con un poco de suerte pudiese notarle en ellos, y sentir el dolor. Su dolor. El del amor. El de ellos.
 Pasó doscientas setenta semanas, cinco años, madurando para él. 
 Hasta que un día inundó con su lágrimas la habitación y la impregnó de olor. No pudo soportar pasar  ciento ocho semanas más con la ausencia de su amante.
Le amo como nadie pudo amarlo jamás, y así por fin le hizo suyo para siempre.

                    (Ciento ocho semanas después)

Y Jack se quedó ahí, sentado en el apartamento de Amelia con una mano en la copa de Bourbon y la otra limpiándose las lágrimas, esperando a que volviera, sin saber que ella resbalaba en su interior y le doraba las mejillas. Nunca le abandonaría. 
Ella era su perfume y ahora sería su esencia.

NOTA: El Bourbon tarda en madurar cinco años. El Jack Daniels siete.

viernes, 29 de noviembre de 2013

El precipicio de Olivia. Los dedos del saxofonista. Segunda parte.

Y así caían los inviernos del calendario de la nevera.
Ella aprendió anatomía. La suya. Conocía las paredes del corazón de Javier como la palma de su mano, a veces incluso, jugaban a ser humanos entre esas cuatro paredes. Comprendió la enfermedad que atravesaba a su amado tanto que se convirtió en su música. Le amó tan fuerte que se olvidó de que el frío seguía por sus venas cada vez más cerca del motor. Cada noche moría un poco más, y entre sus manos asomaban ruiseñores por sus labios. Cada costilla, cada nota contenía más amor que la anterior, hasta que finalmente terminaban exhaustos entre revoloteos y gemidos entrecortados, con las cuatro paredes empañadas de sentimiento, colosal y dañino, el que solo aparece, tal vez, cuando Madrid duerme... e intoxicándoles, conseguían llegar al clímax, al suyo propio en el que se escuchaban los te amo.
Sus noches eran caídas  y olor a trigo.
Sus días eran temblorosos y desafinados.
Sus días eran muy suyos, tanto que sólo aquellos que han conseguido amar por encima del amor propio, el amor al otro por encima del daño y la oscuridad, pueden comprender.
Su historia no es una historia llena de métaforas, sinapsis y sinestesías. Su historia no esta llena de mariposas volando por la habitación ni color rosa. La suya es una historia triste, tal vez inventada por su autora, que se siente invierno,sin duda no será la mejor historia escrita por ella pero en todo caso la historia de amor entre Olivia y Javier es la historia de amor que más amor esconde, la de dos amantes que se cuidan y son su medicina y que a pesar de las penurias, consiguen ser felices.
Ella logró que las manos del saxofonista dejasen de temblar y llegasen a tocar el cielo por debajo de su piel. Él consiguió que cada vez que cada vez que creaba arte, ella pudiese sentirse a salvo junto a él. La pequeña y débil niña de hielo.
No sabía por qué, pero cuando se desnudaba era el mejor momento del día. Podían respirar por sus poros las penas que la azotaban durante el día y dejarse ver sin maquillaje, solo escombros. Ella es así, escombros, pura ruina. Pura, colosal y quebrada. Era belleza. Más allá del sentido sexual que todos ven, conseguía por un momento ser capaz de dejar de mentirse a sí misma y escapar. 
Y tan sólo cuando alguien pudiese ver que ese cuerpo no es cuerpo sino alma, sólo cuando alguien pudiera rozarla sin quemarse y afinarla, Ella podría estar desnuda con él. "Me tomaré la curvatura de tu espalda como un sí" dijo él mientras la desabrochaba la cremallera e introducía sus yemas por encima de su corazón. Y así fue como la mayor creación de arte perduró en la historia. Consiguió afinarla, ardiendo yacía entre sus brazos, entre sollozos y susurros que la pedían que se quedase, y así fue como él consiguió por fin, perderse en su vacío, en el precipicio de Olivia.
Y fueron por fin, ruinas juntos
FIN


A veces las historias de dolor, son las que más amor muestran, las que no tienen fecha de caducidad y siempre dejan una puerta abierta.
Se quisieron más allá del dolor, tanto, que no pudieron soportar vivir sin poder estar juntos hasta la muerte.
E.